Autores: Josué Veloz y Álvaro Andrade
Carola Sánchez es residente de San José de Cangahua, un barrio ubicado al noroccidente de Quito, que forma parte de la Parroquia El Condado y tiene 40 años de existencia. Carola habita en un departamento prestado por la familia de su esposo, que -durante la pandemia- se ha vuelto a llenar con la presencia de su hijo de 23 años. Él se encuentra realizando el curso para obtener la licencia de conducción profesional que, por ahora, se desarrolla de manera virtual. El joven se apoya en los datos móviles de su celular para cumplir con esta obligación. Aunque representa un gasto extra que cada vez se complica más solventar, no tiene otra opción, pues en el domicilio no cuentan con servicio de internet dado que, antes del confinamiento, nadie pasaba en casa durante el día.
Carola, por su parte, es voluntaria en una fundación con presencia en el sector, enfocada en la niñez y la adolescencia. Ahí también ofrece refrigerios para los eventos realizados por esta organización. Debido al confinamiento, la fundación ha cesado este tipo de actividades y, en consecuencia, el hogar se ha visto privado de este ingreso económico extra.
En ese sentido, la principal fuente de trabajo de la familia es el vehículo propio, que funciona como taxi amarillo. Debido a la restricción vehicular que trajo la emergencia sanitaria, esta actividad también se ha visto mermada: su esposo puede laborar solamente un día a la semana.
Para la pareja, ese día comienza a tempranas horas. A las 5h30, después del desayuno, su esposo sale a recorrer la ciudad con todas las medidas dispuestas por la autoridad: traje protector, mascarilla, guantes, gorra, además de gel antibacterial y alcohol de uso personal y otras raciones disponibles para los pasajeros. Ambos están conscientes de los riesgos que esta actividad laboral representa en el contexto de la emergencia, por lo que -pese a la situación económica- decidieron invertir en una lámina de la mejor calidad para separar al conductor y al pasajero. A las 13h30, antes de que empiece el toque de queda, su esposo regresa a casa. El protocolo es riguroso: la ropa entra en la lavadora inmediatamente, el calzado queda fuera de la vivienda, el dinero es desinfectado en agua con jabón líquido y, solamente después de la ducha obligatoria, pueden conversar los pormenores de la jornada. Dichas medidas las pueden realizar con cierta facilidad, puesto que -aunque el barrio no ha sido reconocido legalmente por el Municipio de Quito- las autoridades iniciaron un proceso de regularización que dotó de servicios básicos a los habitantes del sector.
A pesar de que la situación económica en su hogar es apretada, Carola está consciente de que haber terminado de pagar el carro es un peso menos de encima. Sin embargo, mantienen un préstamo cuyas cuotas están retrasadas; los gastos de la compañía de taxi se aproximan; y, los pagos de los servicios básicos de los meses de confinamiento están pendientes. Aún así, Carola sabe que existen otras realidades con mayores premuras. El contacto que mantiene con personas de su barrio y sectores aledaños, por amistad o por el voluntariado que realiza en la fundación, le permite conocer casos donde el contexto económico es asfixiante, ya sea por la numerosa carga familiar o la precaria situación laboral en la que se encuentran determinadas cabezas de hogar. Estas circunstancias se palpan en un barrio comercial como el suyo, donde -aunque su principal uso de suelo está catalogado como residencial de alta densidad- la desocupación de locales y la disminución de ventas ambulantes son evidentes.
Frente a estas circunstancias, Carola trata de encontrar el lado amable de la situación: durante la emergencia sanitaria, su familia ha podido acceder a un abastecimiento óptimo de productos alimenticios y de salud. En ese sentido, ella agradece la cercanía de su hogar con tiendas, farmacias y servicios bancarios. También asegura que el confinamiento ha traído momentos para compartir. Por la tarde, después del almuerzo, junto a su pareja se entretiene alrededor de una película o un juego de mesa. La familia completa aprovecha el tiempo libre para realizar esporádicas caminatas por un pequeño bosque frente a su casa.
Otro entretenimiento son las redes sociales, las cuales además sirven como medio de comunicación con el mundo exterior. A través de este medio pudo conocer las donaciones de víveres que llegaron a sectores aledaños a su barrio tanto por ONGs privadas, como por entidades municipales. Incluso, ella misma ha ayudado a que la fundación en la que colabora como voluntaria se comunique con determinadas personas para este tipo de ayuda humanitaria. Por este mismo medio, supo del caso confirmado de COVID-19 de una familia completa en un barrio cercano al suyo. Aunque después perdió comunicación sobre el acontecimiento, llegó a saber que dos personas fueron internadas en el hospital, mientras que las ocho restantes cumplían aislamiento domiciliario absoluto. En cuanto a las noticias nacionales, prefiere los medios televisivos.
Pese a su optimismo, no puede ocultar el sinsabor de lo rutinario de las jornadas. Por ese motivo, en estos momentos donde las familias comparten la mayoría del día bajo el mismo techo, Carola aconseja cultivar la comunicación para evitar agresiones de todo tipo. La distribución equitativa de los quehaceres de la casa es otra recomendación, por ejemplo, “que la mamita haga el desayuno, el papito se encargue del almuerzo y el hijo caliente la comida para la merienda.” También invita a distraerse en actividades compartidas entre todos los miembros de la familia, como películas o juegos de mesa, para no caer en la rutina.
Finalmente, nos recuerda que “si queremos vernos de nuevo, darnos unos fuertes abrazos y besos, por ahora tenemos que cuidarnos y quedarnos en casa. Si nos vemos obligados a salir por emergencia o fuerza mayor, utilicemos mascarilla, guantes, gel antibacterial y alcohol para cuidarnos nosotros y proteger a nuestras familias. Si nos cuidamos este virus no va a entrar a nuestras casas. Si quieres a tus seres cercanos, ¡cuídate por favor!”
Esta crónica fue publicada originalmente como parte del Boletín “Mi Vida Cuenta”, Tomo 1, junio 2020, de Investoria Foundation. http://investoria.org/publicaciones/