Autora: Karina Barros

Conocí a Malena[1] en septiembre de 2019 y desde que me instalé en Quito ha realizado trabajo doméstico en mi casa una vez por semana. Malena vive con su hijo Andy[2] y su esposo Luis[3]. Hasta antes de la pandemia tanto ella como Luis mantenían económicamente su hogar.

Nuestra relación se hizo muy cercana a causa de mi soledad en los días de estudio y su presencia cada miércoles.

A causa la pandemia del COVID-19 Ecuador empezó suspendiendo, a partir del 13 de marzo, los eventos masivos y académicos como medida preventiva de contagios (El Comercio 2020). Lo mismo ocurrió con el sector de la construcción, cuya paralización, dejó a Luis sin trabajo. Pese a los intentos, los contagios incrementaron y el trabajo doméstico de Malena también se suspendió. Malena no laboró por tres meses y medio.

A partir de la difícil situación de Malena, me interesé por articular mi trabajo etnográfico para contestar la pregunta ¿cómo afronta una mujer empleada doméstica el contexto de COVID-19? La presente investigación hace uso de las notas de mi diario de campo de observación a Malena[4] y entrevistas semiestructuradas realizadas a las participantes de la investigación ¿cómo se vive el trabajo en el contexto del COVID-19?[5].

La primera parte de esta etnografía presenta a Malena en su faceta de trabajadora doméstica remunerada, alude especialmente a su capacidad de subsistir al peligro de ser estigmatizada con el rostro de la enfermedad y su negativa a ser rechazada. En una segunda parte se aborda la odisea de los trabajos de cuidado, y los descargos que brindan las redes de apoyo en otras mujeres como alternativas para resistir la vida.

Finalmente, en una tercera parte se esbozan conclusiones acerca de la especial vulnerabilidad que presenta el trabajo doméstico durante la pandemia del COVID-19 y la importancia de las alianzas de mujeres para sobrevivir.

Previo a dar inicio con el ensayo considero importante cuestionar mi posición “neutral” y “objetiva” como investigadora. Considero mi postura muy opuesta a este deber ser al que se supone está llamada la investigadora, de manera que por el contrario apuesto por reconocer mi posición como empleadora/investigadora dentro de la relación que mantengo como Malena, así como mi visión atravesada por mi sexo, género, clase social y posición económica que ocupo en el mundo en que coexisto. Posición, además, que me es recordada todo el tiempo por Malena cuando me dice “niña”, palabras que me recuerdan la necesidad de situarme. Es en este sentido que considero necesario partir de este reconocimiento encarnado, que conforme lo manifiesta Haraway (1995) se refiere a la necesidad de investigar desde conocimientos situados/locales y las experiencias vividas (335). Este reconocimiento hará posible mantener una posición crítica conmigo misma, que explore las diferencias de nuestras realidades pero también las similitudes a razón de abrazar “la identificación parcial” (Mies 2002, 78) que existe en nuestra relación.

  1. El miedo se disfraza de salud: El trabajo doméstico remunerado

La incomodidad de Manuela me traspasaba la piel. Me había dicho “buenos días niña Karito” exenta de expresiones y movimientos. Mantenía su mirada clavada al piso, sus brazos extendidos y alejados -a propósito- a unos veinte centímetros de su cuerpo, y sus manos casi cerradas en puños. Existía un trasfondo innegable en la actuación de Malena, parecía que el recorrido de su casa a la mía la había destrozado tanto que paralizó no sólo su cuerpo sino su carisma. Su lejanía emocional era tan dolorosa que aparté mi vista de su mirada no correspondida. Noté el gran esfuerzo que hizo con su cuerpo para entrar a la casa lo más lejos de mí mientras decía “permiso niña, paso a cambiarme”. La forma en que manejaba su cuerpo, evitando contacto, era tan claro que le propuse irme a otra parte de la casa para que esté tranquila. “¿Me dice por mí?” me preguntó. Comenté acerca de su miedo a contagiarse conmigo. Riéndose, casi burlándose me manifestó que su temor no era por ella, sino por mí. Fácilmente tradujo la situación explicándome que su actitud se debía al temor a que yo la rechace por venir de la calle[6] (Diario de campo 17/06/2020). En una de nuestras conversaciones por WhatsApp[7], Malena dijo: “las jefas me dicen que están con miedo y que me cuide niña para no ser riesgo… y por mi familia también” (Mensaje de voz 28/05/2020). Malena estaba siendo carcomida por el miedo al contagio con el virus y por el miedo a ser considerada una amenaza y no tener trabajo.

Durante la pandemia gestionar la vida sin trabajo se volvió insoportable, entonces Malena y su familia tuvieron que endeudarse con personas que le prestaron dinero y con cooperativas. Y es que ante la coacción del hambre y la necesidad la deuda es la guillotina de la calma temporal. Contraer deudas se convierte en una forma de explotación de las diferencias entre las personas e intensifica la precarización ya existente (Véase Cavallero y Gago 2019).  Las deudas no esperan, desesperan “niña yo tengo necesidad, esperábamos a que salga el trabajito del Luis niña, pero no salió […] no voy a poder con las deudas sola” (Diario de campo 09/07/2020). Malena estaba en mi puerta temblando, haciendo un pacto para que el miedo no le traicione, porque había un endeudamiento que debía afrontar. Todo ello me quedaba más claro que nunca cuando en nuestras conversaciones Malena redundaba para sí misma -más que para alguien más- en suspiros raramente fortificantes “hay que salir a buscarse el pan”.

Con los días Malena cambió ese comportamiento alejado, en gran medida porque le dije que no existía tal rechazo y temor a que me contagie, aunque existió algo que no dejó de hacer. Empezó a usar frases que exhortaban su salud e interrumpía constantemente oraciones para aclarar que no había tenido contacto con nadie. La primera vez que las noté le preguntaba con curiosidad fidedigna sobre cómo estaba funcionando el transporte público. Ella abrió mucho los ojos diciendo “niña yo no me acerco a nadie y si le conté que me toman la temperatura. No me pego a nadie, nadie me toca, no hablo con nadie en la Ecovía[8]” (Diario de campo 24/06/2020). En una ocasión me decía que se sentía cansada y abrupta e inmediatamente complementó la oración “pero no es un síntoma niña… es por otra cosa” (Diario de campo 09/07/2020). Sabía yo que no era un síntoma, mas ella sentía la necesidad de aclarármelo siempre. Varias veces me comentó acerca del acontecimiento que tuvo durante la pandemia, al que consideré como un ataque de ansiedad: “niña porque es usted le cuento lo del desmayo… el corazón se me salía Karito… me volvía loca encerrada niña ¡Ya no sabía que hacer! Pensaba en lo que pasaba, en las cosas de la casa, en mi Andy (…) en todo niña” (Diario de campo 17/06/2020). Malena encarnaba el miedo de lo que vivía y de lo que estaba por venir, es decir, “aunque la experiencia vivida de miedo puede ser desagradable en el presente, el displacer del miedo también se re­laciona con el futuro. El miedo implica una anticipación de daño o herida, nos proyecta del presente hacia un futuro” (Ahmed 2015, 109).  El hecho, era pues que el temor al contagio coexistía y se coaccionaba con el de las deudas impagas. Malena me comentó adicionalmente que no podía contar dicho ataque de ansiedad que la marcó tanto a las “otras jefas”, porque debido al miedo que ellas tienen al COVID-19 es “mejor no decirles, diga” (Diario de campo 17/06/2020). Malena pensaba muy bien sobre que decir y que contar para no sonar enferma y si en alguna situación lo que manifestaba dejaba una posible duda de su salud, la aclaraba de inmediato.

La entrevista de Camila[9] expuso más claramente por qué concurría la necesidad de Malena por mostrarse sana. Cuando se preguntó a CM[10] respecto a si ha sentido alguna exclusión por amenaza de contagio, respondió: “No, mas bien (…) yo he hecho eso, por ejemplo con la Miranda[11], para mí ella es una amenaza (…) utiliza el transporte público, vive en una zona mapeada con muchos contagios” (Entrevista a CM 08/07/2020). Me parece especialmente necesario mostrar aquí los rostros del temor: quien teme ser contagiado, quien teme contagiar y quien teme pasar por contagiado. “El miedo envuelve a los cuerpos que lo sienten, y a la vez construye dichos cuerpos como envueltos, contenidos por él (…) Y, sin embargo, el miedo no junta a los cuerpos como una forma de sentimiento solidario” (Ahmed 2015, 106).  Sin duda cada temor es comprensible, pero Malena no puede permitírselo: “estamos debiendo cuatro meses de arriendo niña […] tengo deudas con usted, con las otras jefas… no puedo dejar el trabajito […] por eso estoy sana, buenita” (Diario de campo 17/07/2020).

Dadas las circunstancias del país, del miedo a perder el trabajo nadie se salva. No obstante, el trabajo doméstico remunerado ha sufrido un impacto especial por la enfermedad del COVID-19. La mayoría de las mujeres que ejercen este trabajo han sido canceladas en su labor, lo cual ha significado que sus ingresos mensuales se reduzcan significativamente e incluso lleguen a cero (Informe CEPAL et. al 2020). En este caso el salario mensual constituye una mera expectativa que se suda pero que además depende de la percepción de bienestar y salud que tengas las “jefas” sobre la empleada doméstica.

Mostrar cansancio, enfermedad e imperfección, es después de todo, intolerable para Malena y las “jefas”. El precio de ser trabajadora doméstica implica entender que “no solo su cuerpo es el útero que reproduce a la fuerza de trabajo sino que es el medio por el cual alcanza sus expectativas o las frustra” (D’Alessandro 2018, 194).Y aunque el miedo encarne el cuerpo de temblores y “una ande con el corazón en la mano”, es mayor el peligro a no sostener ni las deudas ni la vida.

2. De mujeres omnipresentes y aliadas: Trabajos de cuidado y sostenimiento de la vida

En un intento inútil por ocultar su emoción,
Malena comenta que Andy está “todo un hombre”.
Casi agitada por su risa, me muestra en su celular una foto de ambos abrazados.
Sin dejar de ver la foto dice: “diga niña, está grandote”.
Orgullosa entona: “hoy día mismo niña, me desperté de madrugada como a las cinco
para dejar cocinando… separando hasta por porciones para que el Luis no le dé más”.
Con aire confortante, con la mirada y los pensamientos más en su casa que en la mía expresa:
“Yo pienso en todo niña… pienso en todo”
(Diario de campo 17/06/2020)

¿Qué significa pensar en todo? Es curioso -o no- que además de sostener económicamente su casa, Malena sostenga los cuidados familiares y la (re)producción de la vida. La alimentación dedicada es algo que no falta en casa de Malena, aunque eso implique levantarse antes y racionar medidas. La mejoría del problema de sobrepeso de Andy, se trataba de un logro brutal que debía conservarse. En vez de encargar aquella labor a Luis, prefiere sólo advertir: “le digo a Luis que eso tienen que comer. Que no le dé golosinas” (Entrevista a Malena 10/07/2020). Al parecer, así la angustia y la incertidumbre son menores.

Los roles de género tan marcados dejan ver “las diferencias biológicas y sobre todo las que se refieren a la división del trabajo de procreación y reproducción” (Bourdieu 1980, en Scott 1986, 366). Luis está sin trabajo y sin embargo Malena es quien está “llamada a hacer” esas actividades. Federici (2010) lo definía como una “construcción de identidad social femenina” o también “domesticación de la mujer” (27). Así, el desconocimiento de la importancia de los trabajos de cuidado hace posible que el sistema termine ocultando “[la] responsabilidad colectiva en el sostenimiento de la vida y, más aún, establece una amenaza (…) que termina resolviéndose (malamente) en esferas feminizadas e invisibilizadas” (Pérez Orozco 2014, 24).

La labor de cuidado de Malena no se circunscribe a su casa, además atiende otras fronteras afectivas. “Encontré el cardiólogo, mañana debemos estar ahí” me decía más feliz que nerviosa, después de contestar el teléfono por tercera vez (Diario de campo 02/07/2020). La madre de Malena vive con su hermana Lulú[12] quien por su trabajo no puede encargarse de llevarla a sus citas médicas y dicha actividad quedó en manos de Malena. Igualmente el cuidado permanente a su hija: “todos los días es la comunicación con Vivi[13] […] le hago que se desahogue si quiera, no ve que es duro el trabajo de ella, ya voy como sea a ir a ayudarle a mija[14]” (Diario de campo 09/07/2020). Estas actuaciones de cuidado revelaban fuerza para seguir: “yo soy bien fuerte. Yo soy fuerte y mi hija igual, mi hija creo que tiene mi carácter […] Ella es súper fuerte […] para soportar las cosas […] no es que cualquier cosa la doblega” (Entrevista a Malena 10/07/2020).

Aún sin comprender esa fortaleza consulté a Malena cuál es el truco y cómo se hace para “dar guerra”. Supo explicarme que al ser madre e hija -y yo diría que al ser también mujer-, entendía lo que pasan las otras mujeres, por lo que “así mismo como yo apoyo niña… póngase mi hija, mis hermanas, mis vecinas también me ayudan […] ¿se acuerda cuando me dio algo? yo fui donde mi hija para que me ayude distrayéndome […] y yo ayudo también con los niños. Toditas nos ayudamos, esta cosita o la otra” (Diario de campo 17/07/2020). El secreto oculto para ser fuerte y resistir está en la alianza con las otras. Malena ve con claridad lo que en un sistema patriarcal insiste en ocultar:

La vida cuidada y sostenida no flota en el limbo, sino que se prende en sujetos concretos, con cuerpos (que, además, están sexuados), con subjetividades (identidades parciales, a menudo contradictorias; en permanente re-construcción en una tensión entre las normatividades impuestas y la capacidad de agencia y resistencia propia) y con afectos y desafectos (emociones positivas y dañinas que se establecen en interacción con el resto) (Pérez Orozco 2014, 89)

La fuerza particular se obtiene de redes de apoyo de mujeres, que posibilitan la (sobre)vivencia. Se trata de una suerte de intercambios de cuidados que parten de entendimientos de explotación, y encuentran salida en una red más amplia de sostenibilidad de vida que burla fronteras y lazos sanguíneos.

Conclusiones

De lo manifestado se desprende lo monstruosamente abrumador que resulta ser mujer y ser empleada doméstica durante la pandemia del COVID-19. Por una parte, Malena afronta su trabajo asumiendo un proceso indolente de aparentar un rostro de salud y bienestar, aunque haya cansancio y miedo. Destapando la dolorosa realidad de inestabilidad y explotación laboral que sufren las trabajadoras domésticas. Por otra parte, de la maravillosa imagen que tiene Malena de la labor de cuidados, que utilizando la metáfora Pérez Orozco (2014) constituye aquella parte del iceberg que se oculta bajo el agua, me gustaría rescatar la significación de fuerza femenina que prioriza Malena. Fuerza que constituye resistencia ante sistemas tatuados de desesperanza.

Ante sistemas patriarcales una no puede “echarse a morir” una debe “dar guerra para vivir”.

 

[1] Para proteger la identidad de las personas que forman parte de este trabajo, todos los nombres utilizados corresponden a seudónimos.

[2] Es el segundo hijo de Manuela, tiene 13 años de edad. Acaba de iniciar su primer año de bachillerato.

[3] Luis es el cónyuge de Manuela. Ejerce la profesión de carpintero entre semana y los fines de semana se dedica a trabajar como árbitro de partidos amateurs de fútbol. Tiene 54 años de edad. Actualmente no labora.

[4] La observación a Malena se realiza una vez por semana cuando ella está en mi casa, se consideran además las conversaciones que mantenemos por mensajes de texto o llamadas.

[5] Esta investigación grupal se realizó para la cátedra de Métodos Cualitativos con la docente María Moreno dentro de la Maestría de Investigación en Ciencias Sociales con mención en Género y Desarrollo en FLACSO sede Ecuador; junto a Camila Falconí, Carolina Játiva y Nathaly Saritama.

[6] “calle” hace referencia al espacio público en general.

[7] Aplicación de mensajería y video llamadas gratuitas

[8] Unidad de transporte público de Quito.

[9] Entrevista realizada por Camila Falconi para el trabajo grupal “¿cómo se vive el trabajo en el contexto del COVID-19?”.

[10] Madre de familia, comunicadora social, actualmente se dedica al cuidado del hogar.

[11] Labora como empleada doméstica remunerada en casa de CM.

[12] Mujer casada, madre de familia, labora en una fábrica en Quito.

[13] Primera hija de Malena, tiene 21 años de edad. Es madre y esposa. Trabaja en una empresa en el departamento de cobranzas como call center.

[14] Diminutivo utilizado para referirse a “mi hija”

Bibliografía
Ahmed, Sara. 2015. La política cultural de las emociones. México: UNAM.
Barros, Karina. 2020. Diario de campo Durante la pandemia.
Cavallero, Luci y Gago, Verónica. 2019. Una lectura feminista de la deuda. Buenos Aires: Fundación Rosa Luxemburgo.
D’ Alessandro, Mercedes. 2018. Economía Feminista Las mujeres, el trabajo y el amor. Buenos Aires: Penguin Random House.
El Comercio. 2020. El Gobierno suspende los eventos masivos y las actividades educativas en todo el Ecuador por el covid-19. Quito, 12 de marzo de 2020. www.elcomercio.com
Federici, Silvia. 2010. Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid: Traficante de Sueños
Haraway, Donna J. 1995. “Conocimientos situados: la cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial”. En Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Madrid: Cátedra.
Informe CEPAL, ONU Mujeres y OIT. 2020. “Trabajadoras Remuneradas del Hogar en América Latina y el Caribe Frente a la Crisis del Covid-19”. 05 de mayo.
Mies, María. 2002. “¿Investigación sobre las mujeres o investigación feminista? El debate en torno a la ciencia y la metodología feministas”. En Debates en torno a una metodología feminista. México: Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco.
Pérez, Amaia. 2014. La subversión feminista de la economía: aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid: Traficantes de sueños.
Scott, Joan. 1986. El género: una categoría útil para el análisis histórico. En Género e historia. México: FCE-UNAM.