Autora: Nancy Carrión Sarzosa
Este ensayo fue escrito a partir de un trabajo etnográfico realizado durante aproximadamente tres meses en Nono, una parroquia rural de Quito, donde mi familia y yo nos mudamos a raíz del confinamiento. Intentaré dar cuenta del porqué los pobladores de Nono decidieron aislarse colectivamente del mundo exterior para proteger sus vidas y de los cuidadosos modos en que han sostenido esta decisión, logrando que hasta el momento no exista una sola persona contagiada. Enmarcaré este acercamiento etnográfico en la discusión sobre los trabajos de cuidados para el sostenimiento de la vida (Herrero 2012) que también son imprescindibles en una dimensión comunitaria, sobre todo en la precariedad y adversidad. Para esto, resumiré la historia económica y geográfica de Nono y su impacto en la vida actual de la mayoría de los pobladores de la parroquia, mostraré las estrategias de protección y sostenimiento de la vida que la comunidad ha organizado ante la pandemia y que a menudo entran en conflicto con la escasa intervención del Estado. Argumentaré que los trabajos comunitarios de cuidado, entendidos como los trabajos organizados de manera colectiva para hacer posible el sostenimiento de la vida, han prevenido la expansión de la pandemia de una manera más eficaz que el Estado.
- La reforma agraria y su impacto en el tejido comunitario
Nono es una parroquia rural de Quito de aproximadamente mil ochocientos habitantes, cuya economía ha girado en torno a grandes haciendas que, a pesar de la reforma agraria en los años sesenta y setenta, todavía concentran la mayor parte de la tierra más productiva. Las haciendas están ubicadas en valles, en los terrenos más planos, con ríos y canales de riego. Las propiedades de quienes fueron huasipungueros o jornaleros de estas haciendas se ubican en las montañas más altas, donde las pronunciadas pendientes y la falta de agua de riego dificultan la producción agrícola y ganadera. Una de las zonas donde se ubican estas familias es Nonopungo, “la tierra de los peones”, me dijo un morador de la zona para explicar el poco valor que tiene localmente.
A partir de una etnografía colaborativa, José Antonio Figueroa (2012) explica que la reforma agraria fue provocada por procesos de organización y movilización, y que la calidad y cantidad de la tierra que obtuvieron las familias campesinas –no mayor a tres hectáreas y media- dependió mucho de su participación en estos procesos. Aquellas familias que por miedo a represalias de los hacendados no participaron de estos procesos son las que hoy viven más dificultades económicas. Algunas, como la familia de Michita y Nacho, nuestros vecinos en Nonopungo, aún habiendo sido “beneficiados” por la reforma agraria hasta hoy viven de trabajos por los que reciben muy poca recompensas.
Nonopungo no tiene agua de riego. Michita explicó lo que esto significa para su familia: “En el verano toca matar a las vacas antes de que se mueran de hambre… es que todito se pone seco, seco. Vendemos la carne y luego otra vez toca empezar todo de nuevo”. Los pocos ingresos familiares no han permitido que ella y su familia puedan poner puertas y ventanas a la casa que construyeron hace como seis años. “Lo que ganamos toca poner para los gastos del colegio… o para compramos las vaquitas y tener algo”, explicó. Otras casas en la zona están deterioradas y ocupadas únicamente por ancianos o abandonadas, son una huella de la migración provocada por las dificultades para sostener la vida. La historia de desigualdad e injusticia social se refleja ahora en los altos índices de pobreza de la parroquia, uno de los mayores en la provincia de Pichincha.
Como reflejo de la pobreza, la parroquia solo cuenta con un centro de salud pública sin equipamiento para atender crisis respiratorias u otros posibles impactos de la COVID-19. Los hospitales públicos de Quito a los que antes acudían los pobladores de Nono son actualmente inaccesibles por la falta de transporte público y los disminuidos ingresos económicos. En este escenario, la vulnerabilidad de la población de Nono es mayor a la que enfrenta la mayoría de población urbana.
Figueroa (2012) argumentó que la comunidad en Nono, entendida como proyecto político, fue disuelta o fracasó debido a condiciones estructurales. Dos de las más importantes señalada por el altor son: 1. que en muchos casos la propiedad de la tierra no llegó a oficializarse por medio de títulos y esto ha obstaculizado el acceso a créditos productivos; 2. que la posterior tecnificación de la producción lechera significó una reducción de fuentes de trabajo. Pero el autor también señaló causas morales que impidieron la formación de acuerdos económicos y políticos, así como el desarrollo de una conciencia crítica capaz de unir intereses individuales y colectivos para asegurar la igualdad social y económica de sus integrantes.
Sin embargo, como veremos a continuación, el trabajo comunitario de cuidados que hasta el momento ha sido muy eficiente en la prevención de contagios ha sido posible debido a la existencia de un tejido organizativo importante que ha sido capaz de poner la vida en el centro aún a pesar de las adversidades y los conflictos socioeconómicos que esto acarrea. Se puede decir, más bien, que las estrategias de organización que actualmente sostienen la salud de la población están conectadas a una historia larga de resistencia que en otro momento hizo posible la reforma agraria. Como recuerdan los más antiguos moradores de Nono, la reforma agraria se levantó a pesar de los obstáculos y las represalias puestas por los dueños y capataces de las haciendas. Los modos actuales de resistencia siguen desplegándose a pesar de las desigualdades y adversidades históricas que marcan la vida de los campesinos.
- Del aislamiento colectivo y la economía comunitaria
Llegué a Nono junto a mi familia durante los primeros días del confinamiento. En la entrada al pueblo nos topamos con un letrero blanco, de tres por cinco metros aproximadamente que decía “Prohibida la entrada de visitantes. Solo residentes”, con el dibujo de una calavera y unos huesos en cruz. Solo avanzamos en el camino porque no podíamos regresar a Quito, pues faltaban pocos minutos para el toque de queda. Para nuestra suerte, los policías encargados de controlar la entraba estaban muy ocupados en el momento que pasamos frente a ellos. Subimos hacia las montañas de Nonopungo, hasta la casa que nos había prestado una amiga. A los pocos días bajamos al centro del pueblo para comprar agua. Esa misma noche nuestra amiga, quien estaba fuera del país, nos llamó. Moradores del pueblo le habían contactado por WhatsApp para aclararle que, debido a la pandemia, no estaban permitiendo la entrada de turistas. La decisión venía de los dirigentes de la junta parroquial y los pobladores, y fue tomada a pesar de tensiones con sectores que lograban una buena parte de sus ingresos a través de servicios turísticos. La salud de la parroquia dependía fundamentalmente de medidas de autocuidado familiar y comunitario. La única iniciativa del Estado fue ordenar a la policía controlar la circulación vehicular, pero la junta parroquial demandó más: que los oficiales se pusieran al servicio de comunidad para hacer respetar la decisión de prohibir la entrada de foráneos.
Me costó darme cuenta de los mecanismos de control que sostenían esta medida de cuidado, a pesar de que una vecina me había dicho que en Nono “todo se sabe rapidito”. Los principales actores eran las mujeres que manejan las tiendas del pueblo y las familias campesinas, cuyos miembros trabajan como jornaleros en las haciendas. Vigilaban de manera informal, pero ciertamente coordinada, quién llegaba y circulaba por el pueblo. Además continuaban evaluando los riesgos y reafirmando la necesidad de sostener el aislamiento colectivo a pesar de las múltiples necesidades insatisfechas. Como paliativo, la organización comunitaria logró canalizar canastas de alimentos que eran entregadas periódicamente a las familias del pueblo desde la instalaciones de la escuela.
A la vez la organización colectiva mantenían bajo la mira a la policía local para que cumpla con la responsabilidad que la comunidad y sus dirigentes le habían encomendado. Esto significaba frecuentes tensiones con los oficiales, puesto que se empeñan en hacer demostraciones fútiles de su trabajo, desplegando actos de vigilancia y control innecesarios, desatinados y arbitrarios (ej. impedir a integrantes de una misma familia que caminen juntos por la vereda, intentar exigir a una familia que use mascarillas mientras está trabajando en su propio terreno, sin nadie más alrededor o prohibir el faenamiento de ganado para el consumo local). A diferencia de la policía, la comunidad asumía que la prevención no era un asunto de seguridad y control de la población local, sino un trabajo de cuidados que solo podía ser desarrollado con la población.
Irónicamente, las familias de más bajos recursos, marcadas por la policía como una población potencialmente contagiosa, son las que han mantenido firmemente el compromiso de reducir las salidas y los intercambios comerciales con la ciudad para disminuir el riesgo de contagio. Esto ha requerido un despliegue de nuevas formas de trabajo y estrategias de organización cotidiana de la vida. Las necesidades de consumo y abastecimiento son satisfechas principalmente a través de las pequeñas tiendas locales y del intercambio de productos. Algunos moradores también han retomado o ampliado la siembra de verduras, hortalizas y otros productos agrícolas, después de muchos años de dedicación exclusiva a la producción lechera. Nuevas iniciativas de comercialización han aparecido para abastecer a la población de productos de desinfección y alimentos. “Solo el pueblo cuida al pueblo” dijo un dirigente que convirtió el zaguán de su casa en una pequeña feria de alimentos.
Conclusiones
Si bien la pandemia ha profundizado desigualdades socioeconómicas ya existentes en Nono, los trabajos comunitarios de cuidado permiten enfrentar situaciones adversas como el desempleo y la pobreza de mejor manera que en la ciudad, donde el trabajo de prevenir y cuidar a los enfermos recae en las familias o en personas que viven solas. La producción agrícola previamente existente o que fue activada a raíz del confinamiento genera mejores condiciones para el autosostenimiento de la vida y una menor dependencia del consumo mercantil. Sin embargo, la precariedad de los servicios de salud disponibles para la población de Nono aumenta su vulnerabilidad. La conciencia de esto explica el porqué del aislamiento colectivo, mientras la historia larga de resistencia y organización comunitaria sostiene esta decisión que pone en el centro las vidas ya vulneradas de las familias campesinos. La experiencia de organización desarrollada por los campesinos de Nono no solo pone en cuestión los conceptos de trabajo que ha discutido la economía feminista de los cuidados (Herrero 2012; Pérez Orozco 2006), sino también el concepto de comunidad como proyecto político (Figueroa 2012), pues como vemos ésta se construye y sostiene a través de trabajos de cuidados desplegados colectivamente para poner la vida en el centro.
El ser foránea en medio de una pandemia limitó bastante mi interacción inicial con los moradores de Nono, especialmente la posibilidad de un intercambio recíproco (Abad 2016). Pero con el tiempo, nuestra presencia más constante y recurrente en la vida cotidiana del pueblo, facilitó que vecinos y sus familiares tengan más confianza en nosotros. Sin duda, mi capacidad interpretativa como investigadora continua desarrollándose a través de la experiencia de habitar el mismo espacio.
Bibliografía
Abad Miguélez, Begoña. 2016. Investigación social cualitativa y dilemas éticos: de la ética vacía a la ética situada. Empiria. Revista de Metodología en Ciencias Sociales 34: 101-120.
Figueroa, José Antonio. 2012. Nono: Movilización política y migración campesina. El caso de una Parroquia Rural de Quito. Quito: Instituto de la Ciudad.
Herrero, Yayo. 2012. “Propuestas ecofeministas para un sistema cargado de deudas”. Revista de Economía Crítica, pp. 30-54.
Pérez Orozco, Amaia. 2006. Perspectivas feministas en torno a la economía: el caso de los cuidados. Madrid: Consejo Económico y Social